martes, 16 de octubre de 2012

IGUAL QUE VINO SE FUE

Era la mujer más feliz el día de su boda. Al entrar, la música comenzó a sonar. La melodía de una salve rociera invadió todo el ambiente del monasterio y ella cogida del brazo de su padre comenzó a avanzar hacia el altar.
Le temblaban las piernas, como si de una bara verde se tratase, pero disimulaba y nadie lo notaban gracias a su bonito vestido de novia. Una cola larga la seguía junto con un velo casi cristalino.
La salve continuaba, y su olé olé olé emocionaba a cada paso hasta al más pintado.
Llegó, vaya si llegó, a ese altar lleno de flores que le esperaba con un hombre que sin aún pronuciar el sí quiero ya daría su vida por ella.
Le besó la mejilla para a continuación recordarle que guapa estaba, más si cabe que el resto de los días. Se miraron y sin hablarse en sus mentes un pensamiento salió del interior para recordarles, que él ya no estaba allí, o sí, quizás estuviera, si al menos en sus corazones, ya que el suyo había dejado de latir, o no había latido nunca, quien sabe. Estaba allí dentro, sin moverse, en silencio, sin que nadie sospechase que vigilaba cada paso que daban. Solo ella, solo ella y él lo sabían, solo ellos podían percibir su presencia. Solo ellos notaban el dolor de su pérdida, y es que igual que vino se fue, en silencio, sin hacer ruido. Solo el dolor físico que ella sintió les hizo ver que sí, realmente si había estado ahí, junto a ellos. No pudo ser, pero algún día será...